La curva roja
Que también debemos frenar: la exclusión social.
El pasado 2 de abril, probablemente recibimos la primera información oficial y cuantitativa de algo que todos sabíamos y temíamos: que la sombra de la crisis sanitaria del COVID-19 será alargada y una de sus múltiples aristas vendrá en forma de crisis social.
Los datos del paro registrado facilitados por el Ministerio de Trabajo son los primeros de otros muchos que vendrán para apuntalar una idea clásica y de rabiosa actualidad a la vez, que si bien todos perderemos con esta crisis, son los últimos, los que menos tienen, los que más perderán.
El Informe de Marzo del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) no ofrece dudas, el impacto que la crisis del COVID-19 está teniendo en el mercado laboral no tiene precedentes y se trata de las peores cifras de toda la serie histórica, es decir, nunca antes se habían registrado unos datos peores. Los ejemplos son elocuentes, la pérdida de casi 900.000 afiliados a la Seguridad Social de los últimos 20 días de marzo, los más de 620.000 expedientes de ERTE reconocidos por el ministerio (y los que vendrán)… pero hay más, los cerca de 300.000 nuevos desempleados en el mes de marzo, superando los 3,5 millones de parados, la caída de un 26% en el número de contratos con respecto al mes de marzo del año pasado…
Y, recuerdo, estas son estadísticas públicas y oficiales que por su propia naturaleza dejan fuera muchas realidades que conocemos bien desde Foessa y entidades de la acción social como Cáritas. La bolsa de la economía informal no se refleja en estas cifras y por eso en ellas no se cuantifica a empleadas de hogar sin contrato, a temporeros de asentamientos, a cuidadoras domésticas, etc.
El siguiente gráfico, extraído del propio informe del SEPE, refleja que el mes de marzo generalmente es un buen mes porque el sector turístico se prepara para su temporada alta y hace que el desempleo comience a descender. Así ha sido los últimos años y así empezó siendo los 10 primeros días de este mes de marzo. Pero la incidencia del COVID-19 que se refleja en la curva roja de marzo de 2020 es elocuente y supone una fractura evidente, marcando un antes y un después.
Fuente: Informe de Marzo 2020 del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE)
La curva roja significará, para muchas familias que caminaban sobre el alambre e incluso para otras que estaban mejor colocadas en la escala social, graves dificultades. Aún es pronto para hacer previsiones pero serán varios cientos de miles de personas (¿millones?) las que caerán en ese pozo y se sumarán al grupo, siempre excesivo por escaso que fuera, de familias en situación de exclusión o pobreza.
Esa curva roja, que implica más desempleo, en consecuencia también nos anuncia una sociedad más desigual. Si bien venimos tiempo denunciando que el empleo está perdiendo su capacidad como elemento integrador, es evidente que el desempleo es, con toda certeza, un potente motor de exclusión. Si no hay elementos correctores en forma de protección al desempleo, rentas mínimas de ingresos u otras estrategias para proteger a quién no puede trabajar, la ecuación es sencilla y no ofrece dudas: a más desempleo, más exclusión.
Llevamos ya semanas de Estado de Alarma y confinados, muchos días esperando la noticia de que la famosa curva de contagios y muertes por Coronavirus se aplane. Esa es y debe ser la prioridad, pero no podemos permitirnos, si aspiramos a ser una sociedad sana y cohesionada, que la curva roja, que hoy es la del desempleo pero mañana será la de la exclusión, se dispare sin que hagamos nada al respecto; con la misma decisión con la que hoy nos estamos quedando en casa, debemos luchar desde ya para que la curva roja se aplane.