07 Septiembre 2023

La vuelta al cole, un nuevo comienzo, ¿nuevas (des)ilusiones?

Septiembre marca también el comienzo de un sinfín de gastos, gestiones y logísticas en el seno de las familias.

Septiembre es para todo el mundo el momento de “la vuelta al cole”. Esta especie de eslogan resuena constantemente desde finales de agosto cuando los escaparates de los comercios, los buzones de las casas y la publicidad en cualquier medio y soporte nos bombardean con fotos de ofertas de material y libros escolares, uniformes y ropa para el otoño que está a punto de llegar.

Sin embargo, septiembre marca también el comienzo de un sinfín de gastos, gestiones y logísticas en el seno de las familias. De hecho, para aquellas familias cuyo poder adquisitivo es limitado, septiembre representa también una verdadera carrera de obstáculos y zancadillas económicas debidas a la acumulación de los gastos escolares: la compra de los libros, cuadernos y otros utensilios de escritura, la calculadora, la compra del uniforme, ropa y calzado nuevo. A todos estos gastos hay que agregar también el pago del primer trimestre del comedor escolar y el pago del amplicole hasta que empiecen las actividades extraescolares que, en caso de poder permitírselas, mantendrán a los chavales ocupados de lunes a viernes hasta que los progenitores terminen de trabajar y puedan recogerles.

En esta ocasión queremos centrarnos nuevamente en la realidad de las familias en situación de precariedad y/o pobreza. En particular, queremos destacar sus importantes dificultades, asi como su capacidad de gestión racional de la economía doméstica. A través del acompañamiento social que realizamos desde Cáritas, hemos detectado estrategias similares entre las familias. Con ello entendemos que, a pesar de presupuestos extraordinariamente apretados, las familias se demuestran capaces de desarrollar una gestión constreñida pero coherente, administrando su dinero de la mejor forma posible.

En primer lugar, muchas de estas familias llevan sus cuentas con gran rigor y, cuando es posible, no esperan al inicio del año escolar, para comprar los materiales y útiles, adelantando la compra para aprovechar eventuales promociones, etc. Aun así, la planificación y la previsión son unas tareas titánicas para familias con escasos e inestables recursos económicos; resultando no siempre posible, ni suficiente ponerlas en prácticas.

Es por esta razón que, para afrontar la escasez y llegar a duras penas con todo, estas familias despliegan una serie de encaje de bolillos o estrategias de supervivencia que consisten por ejemplo en recuperar todo lo que habían guardado en junio cuando acabó el curso anterior. De esta forma recobran vida: las pinturas que están ya en las últimas, pero con las que aún tienen se podría pintar unas semanas más; algunos cuadernos no completados del todo para que sirvan de momento los primeros días; los zapatos de verano que van pequeños ya y que se estiran al máximo hasta tal vez poder heredar los zapatos de los hijos de las vecinas. Por otro lado, se ponen en marcha estrategias organizativas con el fin de volver posible la conciliación: se busca a alguien que pueda recoger a los niños las semanas en las que toque el turno de tarde en el trabajo; se pide quizás a alguna de las otras madres que pueda hace el favor de tener en su casa el hijo hasta que salga y pueda recogerlo. Sin embargo, resulta más complicado cubrir el coste del comedor cuando no ha sido concedida la beca. Hay que sumar un largo etcétera de decisiones e imposiciones que marcan y estigmatizan a todos los miembros del hogar. El aplazamiento o la renuncia de necesidades esenciales, cuando se hace sistemática, genera una enorme frustración entre los niños y niñas, pero también para los progenitores ya que es extremadamente agotador verse obligados a privarlos constantemente.

La realidad social que analizamos desde la Fundación FOESSA indica que en España una cuarta parte de los hogares con niños y niñas a su cargo (más de 4,5 millones de familias, cerca de 3 millones de niños y niñas) están en situación de pobreza relativa. Una situación todavía más aguda en hogares que cuentan solo con los ingresos de un adulto: el 43,2% de hogares monoparentales. Estas familias y sus hijos se enfrentan con angustia y con muy pocos recursos a esta vuelta al cole, puesto que implica un conjunto de factores que subraya la desigualdad que viven muchísimas de las familias que se encuentran en situación de pobreza:

  • No disponer de los materiales escolares necesarios o de un adecuado apoyo escolar a lo largo del curso puede suponer una desigualdad en el rendimiento escolar de todas estas niñas y niños.
  • Mantener una alimentación inadecuada o no tener acceso a unas gafas o un audífono pueden suponer tanto un bajo rendimiento escolar, como problemas de desarrollo cognitivo y físicos, o incluso el empeoramiento de las patologías previas.
  • No contar con los recursos para que sus hijas e hijos participen de las actividades y excursiones culturales que se organizan a lo largo del curso, plantea una desigualdad en el acceso a la cultura y el desarrollo de estos niños.

La propia situación de pobreza impone a estas familias una serie de comportamientos que no les permite vivir en condiciones adecuadas o dignas. Las familias pobres no son ni mejores ni peores gestores que las familias más pudientes, pero son las propias reglas del juego que son mucho más difíciles para ellas. Es precisamente aquí donde las políticas sociales deberían actuar para facilitar y garantizar un acceso real a los derechos y permitir sortear las trampas de la desigualdad social.