15 Octubre 2024

Salirnos de la caja para afrontar la crisis del empleo

El empleo y el desempleo ocupan los primeros lugares entre las preocupaciones de los españoles.

El empleo, su ausencia y las condiciones en que se desarrolla son los tres asuntos que en todas las encuestas ocupan los primeros lugares entre las preocupaciones de los españoles. Y es lógico, vivimos en una realidad en la que, para la mayoría, el que alguien en el hogar tenga un empleo en buenas condiciones marca la diferencia entre la integración social y la exclusión.

Solamente tres de los que reconocemos como derechos están cubiertos por un sistema público y gratuito con la suficiente (y siempre mejorable) extensión y cobertura: la salud, la educación y las pensiones de jubilación. La garantía del resto de derechos, sin embargo, dependen en gran medida de tener el dinero necesario para comprarlos en el mercado, puesto que los sistemas de garantía bien son inexistentes (como, por ejemplo, en la vivienda), bien son muy precarios, sin extensión, ni apenas intensidad protectora (por ejemplo, la garantía de rentas o la atención a la dependencia).

Y todo esto en un contexto en el que, de manera constante desde finales de los años 70 del siglo pasado, en España y en el mundo el peso real del empleo en la economía va perdiendo terreno. La tasa de actividad cae de manera constante o, dicho de otro modo, el sistema no necesita de toda la mano de obra de la que dispone. Y, en consecuencia, muchos de los empleos que aún se mantienen han perdido calidad (en la remuneración, en la estabilidad y en la intensidad) y el desempleo se ha tornado una cuestión estructural.

Resulta más que evidente que la vuelta a un nivel de empleo parecido al de los años 60 del siglo XX (que se llamó de pleno empleo) no es posible, de no ser por la vía de profundizar en la precariedad, y probablemente ni así. El grado de traspaso de los limites bio-físicos del planeta que el modelo ha ocasionado harían de esta opción un suicidio como especie.

Para encontrar la salida hemos de hacernos una pregunta incómoda: además de inviable, ¿la vuelta al pleno empleo es deseable? Para responderla no tenemos mas remedio que salirnos de la «caja” en la que normalmente encerramos este debate. Y, para ello, primero debemos darnos cuenta de las trampas en las que el pensamiento encerrado en la lógica de la “caja” nos tiende. O, dicho de otro modo, debemos pararnos a pensar en la cultura que sustenta nuestra concepción del trabajo humano, que no es otra que la cultura que le resulta funcional al actual modelo de sociedad.

De la multitud de propuestas de explicación de la naturaleza humana que la filosofía ha ido planteando, y que no tenemos aquí el tiempo necesario para siquiera esbozar, el liberalismo primero y el marxismo después han elegido y reformulado dos. El homo como “sapiens” y como “faber”. Así, lo que define la naturaleza humana es su capacidad de transformar su entorno para satisfacer sus necesidades y su capacidad para tomar decisiones guiadas por la racionalidad. De la suma de estas dos definiciones, surge el “homo economicus”.

Este modelo, en primer lugar olvida muchas de la otras definiciones que, convendremos, son tan definitorias de lo humano como estas dos. De este modo, lo “ludens” (el disfrute), lo “demens” (la emocionalidad), o lo “curantis” (los cuidados), entre otras muchas, desaparecen del horizonte o pasan a ser cuestiones de segunda fila.

En segundo lugar, nos provoca otra reducción cognitiva al identificar empleo con trabajo. Este segundo sí que pertenece a la esencia antropológica, es algo que nos define, y tiene dos grandes dimensiones: la objetiva y la subjetiva. Es objetiva en tanto es un medio para satisfacer necesidades y es fuente del reconocimiento que recibimos de los demás, y es subjetiva al ponernos en relación con la autorrealización de las capacidades individuales y, por ende, con el autoconcepto.

El empleo es solo la manera en la que el capitalismo ha organizado los trabajos mercantilizables, o aquellos de tipo funcionarial que en los estados se han ido dando, y solo contempla la dimensión objetiva del trabajo. Para el capitalismo todo empleo es trabajo (además capado), pero no al revés. De hecho, la mayoría (cuantitativa y cualitativamente) de los trabajos no son empleo.

Esa doble reducción de lo humano a lo económico y del trabajo al empleo, lleva aparejada una cultura que: 1) invisibiliza los trabajos que no son empleo (por ejemplo, los cuidados no remunerados), 2) Minusvalora los empleos que el mercado remunera peor (por ejemplo, empleo del hogar, repartidores, cajeras de supermercado…) y 3) Culpabiliza a quien no tiene empleo (quien no trabaje que no coma).

No “salirnos de la caja” supone pensar la salida a la crisis del empleo centrando las propuestas solamente en el reto de mejorar este. Pero junto con este reto debemos abrirnos a nuevas miradas que no nos encierren ahí.

La crisis del empleo, y su pérdida de peso en la realidad de la economía puede ser una liberación y no un castigo, y nos puede permitir abrirnos a formas de repartir el que siga siendo necesario, especialmente aquel con menos posibilidad de despliegue de lo subjetivo.

Es necesario, junto con la pelea por unos empleos dignos, reconocer social y económicamente el conjunto de los trabajos no mercantilizables, repartiéndolos también de manera equilibrada entre hombres y mujeres; ampliar la gama de empleos públicos vinculados a los sistemas de garantía de derechos; y desvincular las prestaciones económicas del modelo contributivo. Acompañando todo esto de otras medidas ya planteadas como la reducción radical de la jornada laboral, el empleo garantizado, o la renta básica universal.

Para superar la actual situación es necesaria una adecuada combinación de todo esto, pero requiere en paralelo de un cambio cultural, de un “salirse de la caja” en la que la lógica dominante en el modelo social de la que hemos hablado en la primera parte nos tiene encerradas.